miércoles, 23 de enero de 2013

Terapeuta y mito terapéutico

En psicología, es más importante el terapeuta que el tipo de terapia.
Y es que, en una ciencia en la que intervienen tantísimas variables, ocurre, como decía un viejo profesor, padre de la psicometría española (el Dr. Mariano Yela), que lo que vale la pena, no sabemos medirlo, y lo que sabemos medir, muchas veces, no vale la pena.
Sea como fuere, lo que sí sabemos es que todas las orientaciones funcionan, y todas las orientaciones no funcionan, dependiendo de las manos (y el corazón, y el cerebro) de quienes las usen. Si bien es importante que nos sintamos cómodos con la orientación a utilizar, las variables que más importan son las del terapeuta. Su calidad humana, su madurez, su empatía, su autenticidad, su nivel de conciencia.
Ningún terapeuta, use la técnica, la orientación o el "mito terapéutico" (que así se les ha llamado también) que use, puede acompañar a nadie a ningún sitio en el que no haya estado o al que no esté dispuesto a ir. Y ninguna técnica, orientación o mito terapéutico funcionará, por sí mismo, sin un verdadero terapeuta (lo que no significa perfección, soberbia ni manía, sino simple vocación, formación, sentido común y calidad humana) que los use y los dote de sentido.
Y, por otra parte, ni el mejor de los terapeutas con la mejor de las orientaciones y técnicas, es válido para todos los pacientes. Además de todo lo demás, y valga la redundancia, tiene que haber química. Como en la amistad, el amor o cualquier relación humana digna de este nombre.
Porque eso es la terapia. Un tipo especial de relación humana. Un acompañamiento en el viaje de un ser humano, en el que quien acompaña, por cierto (que también está realizando su propio viaje), ha de ponerse en juego, conjugar el valor con la prudencia, reconocer, aceptar, cuidar, amar, empujar, retar y contener. En proceso. Entre otras muchas cosas. Por cierto, que el terapeuta aprende y cambia y se explora y conoce y reconoce a la vez que acompaña. Porque eso es lo que ocurre en las relaciones humanas. Que implican a todos los que verdaderamente se implican. Y que transforman a todos los que en ellas participan.
Es, pues, aconsejable buscar un terapeuta "que nos vaya". Sabiendo que habrá momentos en que la relación dolerá, porque nos retará, nos confrontará y nos empujará a mirarnos con la mirada de la verdad (y a aceptar lo que vemos). Pero también que nos reconocerá, nos amará sin dependencias y nos ayudará a enfrentarnos con algo que da mucho más miedo que nuestra oscuridad: Nuestra luz. Nuestro potencial. Nuestros talentos, posibilidades y capacidades. Nuestras heridas y también nuestros dones. Esos de cuyo desarrollo somos responsables. Para poder vivir (más o menos) en paz.

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