Un viejo error, una vieja estupidez que cometemos todos.
Y que consiste en atribuir el comportamiento de los demás, sobre todo cuando no nos gusta, a características estables de su personalidad, a sus intenciones, a su forma de ser, más que a las circunstancias, a cuestiones situacionales o a simples errores momentáneos. Mientras que, cuando somos nosotros los que la pifiamos, acudimos de inmediato a la socorrida excusa de las circunstancias, al "no sé qué me paso, porque yo, en realidad, no soy así".
Pues, a lo mejor, los demás, tampoco.
También puede ocurrir a la inversa. Solemos atribuir nuestros méritos a la inteligencia, el esfuerzo y la capacidad, y los de los demás, a la suerte.
Y así nos va.